EL AHORA, EL INSTANTE Y EL FLUIR DE LA REALIDAD (24/11/2021)
“El presente está sólo. La memoria erige el
tiempo. Sucesión y engaño es la rutina del reloj. El año no es menos vano que
la vana historia / Entre el alba y la noche hay un abismo de agonías, de luces,
de cuidados; el rostro que se mira en los gastados espejos de la noche no es el
mismo / El hoy fugaz es tenue y es eterno; otro Cielo no esperes, ni otro
Infierno” (Fragmento principal del poema: “El Instante” de Borges (1969),
en “El otro, El mismo” Pg. 41.)
“Todo un mundo, todo un universo, todo el flujo
de vida, colgada de la levedad de un filamento que aflora del infinito, de la
nada: es la delicada hebra de la ‘actualidad’…del ‘ahora’” (MRVC)
El tiempo no es mandato, ni una entidad, ni un fenómeno necesariamente físico, sino una estructura narrativa que organizamos en nuestra existencia. Es decir, algo que interpretamos en función de nuestra experiencia (La hermenéutica del tiempo de Paul Ricoeur)
Pero que nos dice la Física del tiempo. Inicialmente había cierta convergencia entre la forma como nosotros experimentamos el tiempo con la visión física newtoniana que concibe el tiempo como una categoría absoluta, universal, constante, continuo y permanente. Sin embargo, con la relatividad y la cuántica de inicios del siglo XX, se opera una ruptura radical.
Con la relatividad, el tiempo ya no es absoluto sino relativo; la física concibe al tiempo como una dimensión de un tejido Espacio-tiempo, donde una partícula conforme se acerca a la velocidad de la luz el tiempo se va ralentizando hasta detenerse totalmente cuando alcanza dicha velocidad. Aquí, el tiempo es propio, personal e individual para cada una de las partículas del cosmos. En esta línea, la simultaneidad que, de acuerdo a nuestra experiencia son sucesos que ocurren a la vez, según la relatividad dicha simultaneidad también es relativa, depende del observador. Esto nos lleva a una pregunta desconcertante, ¿entonces “el ahora” es una percepción subjetiva del observador? Si esto es así, el tiempo entonces es una ilusión, una invención de la mente humana, un producto de la conciencia. Claro, se puede cuestionar este razonamiento invocando el segundo principio de la termodinámica que establece la irreversibilidad y la entropía de los fenómenos físicos, lo que guardaría una conexión con el tiempo, pero dicho principio solo es una ley probabilística que no nos ofrece una ley fundamental que defina el tiempo.
Por otro lado, para la mecánica cuántica el tiempo es aún más desconcertante. El tiempo no es una dimensión, no es medible ni es observable. Es más, tenemos experimentos como el borrador cuántico o la selección retardada de John Wheeler que desafían la noción clásica del tiempo, donde las partículas pueden afectar a otras desde el futuro hacia el pasado; en esta lógica, resulta concordante la definición de antimateria de Richard feynman como partículas que viajan hacia atrás en el tiempo en lugar de la creación y aniquilación de pares partícula-antipartícula. En este marco, existe una línea de investigación en desarrollo que, partiendo del hecho aceptado que a nivel subatómico las partículas no siguen trayectorias predecibles, sino comportamientos probabilísticos que se denomina “variabilidad cuántica”, se postula la idea que, esa variabilidad sería la base fundamental de la realidad y que el tiempo solo sería una propiedad emergente, una ilusión construida a partir de las interacciones de la “variabilidad cuántica”. (Ver: Carlos Rovelli: El orden del tiempo, Date un Blog ¿Qué es el tiempo? y Eonos ¿Qué es el tiempo?)
Pues bien, en líneas generales, el tiempo es un enigma para la física moderna, puede dar cuenta de algunas de sus propiedades, pero no puede explicar su naturaleza, ni cual es el motor básico y esencial que la mueve.
Este pequeño opúsculo es una pregunta que siempre me ha perseguido, como un fantasma, opaco, latente y entre sombras. Ha sido también un caramelo cuyo dulzor ha motivado largas y entretenidas conversaciones con mis grandes amigos y hermanos Oscar Pérez Morales, Luis Alberto Pacheco, Carlos Alarcón y Renato Zambrano. A ellos mi saludo desde la orilla de este vuelo a la imaginación.
¿Dónde está la realidad?,
¿En qué momento acontece la vivencia personal? ¿Cuándo ésta aparece y cuando
termina? Ya que, si ésta ocurre no puede ser en un “tiempo pasado” que
no es más que un depositario de hechos que ya acontecieron y que solo vuelve a
nosotros como evocaciones en el hilo de la actualidad. Tampoco se encuentra en
el futuro, puesto que éstas no han acontecido aun, solo se proyectan
potencialmente desde la “actualidad” como deseos, anhelos y mandatos
normativos, pero que no han tomado cuerpo aun, no se han cristalizado como tal.
El recuerdo no tiene vida
propia en sí, solo se puede llegar a ella desde la "actualidad"
evocándolo, desde una actualidad que se renueva invariablemente, que contempla
el mundo desde un horizonte vivo. Y desde ese horizonte miramos el recuerdo, lo
resignificamos, en buena cuenta lo reescribimos y hacemos de él, en ese
instante de la actualidad, un recuerdo, único y exclusivo.
El recuerdo no tiene una
esencialidad óntica, un registro, una grafía inalterable y fija: “los
recuerdos no son registros almacenados de alta fidelidad, más bien son
actuaciones en vivo creadas con la ayuda de diferentes partes del cerebro en el
momento actual. No podemos recordar cada detalle de cada experiencia, usamos
conocimientos preexistentes como la memoria semántica o los hechos que hay o
los prejuicios y creencias preexistentes para llenar esos vacíos” (La mente
en pocas palabras. 2019. E1)
Nuestra única realidad es
"el ahora", ese instante mismo de la "actualidad"
en el que experimentamos y sentimos la chispa de la vida, donde el mundo se
simboliza y se carga de emociones y desde el cual podemos percibir nuestro
"yo autoconsciente" en permanente creación de vida. ¡Si! aquel
brevísimo tiempo en el que logramos dar significado a un retrato, a un evento;
pero momento que inmediatamente acaba, llega a su fin, para dar paso, luego, a
otro "momento" y a otro, en una cadena interminable, que va depositando,
un recuerdo, una historia.
Pero, ¿Cómo entender
"el ahora"?, ¿Cómo discurre temporalmente?, ¿Qué fracción de tiempo
toma prestado?, porque al intentar definir y llegar a una unidad de tiempo
esencial “el ahora” se disuelve, se licua en la paradoja del tiempo infinito. 
Como puede notarse,
"el tiempo" que se invoca de manera implícita no es el tiempo marcado
por el reloj, que se fracciona, en horas, minutos, segundos, milisegundos,
microsegundos, nanosegundos y así ad-infinitum. De hecho, pasar de un punto a otro
punto en el tiempo, separado por una distancia que se fracciona infinitamente,
nos llevaría a una paradoja.
Por tanto, la "actualidad"
no se puede medir con el tiempo cronológico, que solo nos lleva al abismo de la
subdivisión infinita del tiempo; frente a este problema insoluble, es necesario
considerar un tiempo radicalmente distinto, un tiempo en el que se pueda
percibir el movimiento, el cambio diacrónico, tal y como “realmente” perciben
cada uno de los animales de acuerdo a sus sentidos, a su capacidad cerebral y a
sus propios y diferenciados marcadores biológico-temporales del movimiento; a
los cuales, en el caso específico de los humanos, se debe adicionar nuestra
particular capacidad autoconsciente que conceptualiza, que da significado, que
como una unidad básica contextualiza un instante, una vivencia, un
acontecimiento, una realidad y que dependiendo de su complejidad simbólica
demandará de manera elástica de un tiempo único y determinado. 
El tiempo real, tal como
lo experimentamos, es un tiempo marcado por una sucesión de “instantes”,
eso: "el instante". En efecto cada ser vivo, cada especie,
tiene su propio marcador del "instante"; de hecho, no es lo mismo un
"instante" para una mosca de la fruta o para un colibrí, como lo es
para un perezoso.
Von Uexkull introdujo la
noción de “instante” como la mínima unidad de tiempo percibido. Para el
hombre, el instante es de alrededor de 1/18 de segundo, o sea que impresiones
más cortas no son percibidas por separado sino se funden. La duración del
instante varía con las especies. El pez luchador (Betta) no reconoce su imagen
en un espejo si, mediante un dispositivo mecánico, no se le pone al menos a 30 veces por segundo; entonces el pez ataca
a su imaginario contrincante. A la inversa, el caracol trepa por una vara que
vibra cuatro veces por segundo; como quien dice, una vara con este ritmo de
vibración le parece en reposo al caracol. El tiempo experimentado parece
determinada por un reloj fisiológico. En la fiebre, cuando la temperatura del
cuerpo y el ritmo del metabolismo están aumentados, el tiempo parece demorarse,
ya que aumenta el número de “instantes”. Con la edad, el tiempo parece
ir más de prisa, esto ocurre así ya que por unidad astronómica de tiempo son experimentados menos
instantes. (Pág. 241-242 en L. V. Bertalanffy. 1989).
Pero entonces ¿Qué es el instante?:
el "instante" no solo es una partitura de tiempo, es mucho más
que ello, tiene una tesitura compleja que la desborda. El instante es la mínima
unidad multidimensional de espacio-tiempo-acción en el que se simboliza, se da
significado a un hecho o evento, es el tiempo en el que se forma una
composición, un retrato, una unidad básica de realidad. Es un proceso, una
actividad en el que la información sensible se organiza, se simboliza y se da
sentido como una foto y que se experimenta como un movimiento, el cambio de una
foto por otra, de una composición de la realidad por otra, una variación básica
y elemental de la realidad que rompe con la quietud y para el cual se necesita
de un tiempo finito, medible, de acuerdo a la velocidad como se procesa y
simboliza esa información, como se organiza de acuerdo a la capacidad y
funcionalidad cerebral:
Del gran pastel de la
realidad, cada organismo vivo corta una rebanada, que puede percibir y a la
cual puede reaccionar gracias a su organización psicofísica, es decir, a la
estructura de sus órganos receptores y efectores. Cualquier organismo recorta
de la multiplicidad de los objetos circundantes un número reducido de
características a las cuales reacciona y cuyo conjunto forma su “ambiente”.
Todo lo demás es inexistente. Algunos erizos de mar responden a cualquier
oscurecimiento apretando las espinas. Esta reacción es aplicada
invariablemente. Aunque el medio del erizo de mar contiene muchos objetos
diferentes, su ambiente solo contiene una característica, a saber, opacamiento
de la luz. El biólogo encuentra que no hay espacio ni tiempo absolutos, sino que
dependen de la organización del organismo que percibe (Pág. 239-241 en L. V.
Bertalanffy. 1989)
Organización específica y
diferenciada como el caso de los humanos, que demandan, además, de la mediación
de una “mente consciente” cuya actividad cerebral asociado a la
experiencia consciente toma el nombre de “correlatos neurales de la
conciencia” reuniendo información sensorial del mundo exterior para
producir un “modelo coherente y fiable de la realidad”, un tipo de “teatro
mental”, cuya integración en un todo único y unificado se asume como un “espacio
global de trabajo de la conciencia” permitiéndole, con ello, hacer algo más
que reaccionar ciega y mecánicamente a los estímulos y reflejos inconscientes
(Pg. 17-26, Robert, Matthews, 2007).
Visto así, no solo es un
tiempo, son múltiples tiempos, marcados por la obertura elástica de tantos
tipos o formas de “instantes” como seres vivos pueblan nuestro planeta;
y a su vez cada ser vivo, cada sujeto, cada persona que se despliega dentro de
un universo particular policromático de “instantes” con el que se teje
nuestra narrativa del yo y que constituye nuestro único, peculiar y
privativo mundo.
Un tiempo diacrónico en
continuo devenir, que luego de construir un horizonte comprensivo, de integrar
una estructura de significado fundamental, de imprimir una foto de la realidad
e inmediatamente después dar paso a otro instante en un continuum en el que
surge el movimiento, la acción, el cambio, el fluir de “instantes”: ese
fluir de la “realidad” en el hilo de la “actualidad”, en el hilo
del “ahora” siempre cambiante, única, evanescente y peculiar.
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